Esclavos del algoritmo
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Hacía mucho tiempo que mi costillo y yo no sacábamos tiempo para una escapada para dos. Como la mayoría sabéis, nosotros no hemos tenido etapa de novios. Nos conocimos directamente siendo padres. Eso ha hecho que en cinco años de relación no hayamos estado mucho tiempo a solas, literalmente.
Hace un mes decidimos de forma impulsiva coger un paquete en una agencia de viajes para conocer un poquito de Marruecos. Era un chollazo con guía y pensión completa, así que no lo pensamos mucho.
Todos los padres y todas las madres pierden la paciencia en alguna ocasión. En varias ocasiones.
El estrés de la casa, las facturas, la crianza, el trabajo, los estudios y los problemas personales, entre otros mil factores hacen que a veces, estallemos.
Jamás imaginé lo que podía aprender de piojos en tan solo veinticuatro horas.
Y es que en casa, en este tema éramos novatísmos.
Éramos, porque a día de hoy ya nos hemos hecho el máster piojil con nuestro hijo de seis años. Encima ha tenido que ser con él, que es el que tiene el pelo largo y rizado y el que odia sobremanera que se lo toquen.
La semana pasada me quitaron la ortodoncia (yo llevaba brackets metálicos) y ahora puedo decir bien alto ¡mereció la pena!
Hoy día, mis hijos viajan seguros, pero no siempre fue así.
Cuando mi hijo mayor agotó el maxicosi, más o menos con catorce meses, lo pasé a una silla de grupo 1-2-3 a favor de la marcha.
Yo la compré pensando que era segura, ninguna madre compra algo que puede hacer daño a sus hijos de forma consciente.
Los golpes siguen, llega un momento en el que tú ya no quieres vivir.
La inocencia con la que empezaste con ilusión a salir con él, ha desaparecido.
Él te hace creer que vuestra relación es una relación normal y corriente, que cuando dos personas se pelean, las manos vuelan.
Te dice que si lo dejas, el día que rehagas tu vida, vivirás lo mismo.
Lo normaliza hasta tal punto que crees de verdad que esto es lo que te espera hasta el día que te mueras.
O hasta el día que te mate.
La cosa se tensa, la relación ha llegado a un punto en el que las peleas son casi a diario, y que cuando ocurren, te deja de hablar durante días.
No sales, no te relacionas. Ves la vida pasar.
Pasas horas metida entre cuatro paredes y llega un momento en el que piensas que nada puede ir a peor.
Pero siempre puede ir a peor.
Imagina que conoces a alguien, te gusta, le gustas, y empezáis una relación.
Lleváis solo un mes cuando te dice que te vayas a vivir con él. Quieres emanciparte y no ves mejor momento para hacerlo que con el chico que te gusta, además vas a un piso al lado de la casa de tu familia, nada puede salir mal.